
Columna de Opinión por Dr. Juan Pablo Fuentes Silva, docente del Departamento de Ciencias Básicas de la Facultad de Ciencias de la Universidad Santo Tomás Puerto Montt.
“Chile se ha convertido en el principal exportador de choritos a nivel mundial, y gracias a ello, la industria mitilicultora se ha transformado en un importante pilar económico para la región de Los Lagos, especialmente en Chiloé, donde se concentra cerca del 80% de su producción. No obstante, junto con este crecimiento, los residuos que se generan también aumentan. Se estima que solo por concepto de conchas, estos superarían las 100.000 toneladas anuales, a lo que además debe sumarse la fracción orgánica.
En general, el manejo de estos residuos suele ser poco planificado. En muchos casos terminan en vertederos o en zonas costeras, donde su acumulación provoca diversos impactos ambientales. Las conchas, compuestas principalmente por carbonato de calcio, no se degradan con facilidad y pueden modificar el pH del suelo y del agua en los lugares donde se acumulan. Además, al conservar restos orgánicos en descomposición, se generan malos olores, proliferación de bacterias y procesos de eutrofización que afectan la calidad del agua.
En contraparte, lo que se considera un residuo no siempre lo es, ya que puede transformarse en una nueva fuente de materia prima si se gestiona adecuadamente. De hecho, algunas empresas de la zona, con base en economía circular, ya están usando las conchas de choritos como mejoradores de suelos y la materia orgánica para producir biofertilizantes. Sin embargo, vecinos han expresado su preocupación por episodios de malos olores y problemas sanitarios asociados a un mal manejo, lo que evidencia que aún queda camino por recorrer hacia prácticas más sustentables y responsables.
Además, más allá del uso agrícola, a través de tratamientos térmicos y químicos, es factible que las conchas de choritos puedan transformarse en hidroxiapatita, material con propiedades bioactivas ampliamente valorado en áreas como la biomédica, odontología, procedimientos estéticos y cuidado ambiental. La fracción orgánica, por su parte, podría alimentar sistemas de digestión anaeróbica para la producción de biogás, generando energía limpia a partir de estos desechos. Incluso, en escenarios más innovadores, se abre la posibilidad de desarrollar materiales avanzados con aplicaciones en tratamiento de aguas, entre otros.
Cada una de estas opciones no solo ayudaría a reducir el impacto ambiental, sino que también podría generar nuevas oportunidades económicas para la zona, añadiendo valor a la cadena productiva y favoreciendo la diversificación.
En este contexto, el verdadero desafío no está únicamente en mejorar la gestión de los residuos, sino también en reconocerlos como subproductos valiosos, con potencial de aprovechamiento en múltiples áreas. Solo así se logrará migrar hacia una producción aún más sostenible y comprometida con el futuro”.