El estallido social iniciado el 18 de octubre recién pasado, hizo revivir y visibilizar las profundas brechas existentes en nuestra sociedad chilena, donde la desigualdad histórica se posiciona como su...
El estallido social iniciado el 18 de octubre recién pasado, hizo revivir y visibilizar las profundas brechas existentes en nuestra sociedad chilena, donde la desigualdad histórica se posiciona como su principal detonante. Las válidas demandas populares fueron eclipsadas por la irrupción de grupos anárquicos minoritarios, que llevaron al país a un túnel, donde la luz no se visualizaba en su extremo final. Este complejo fenómeno sociológico impactó a todo el funcionamiento interno del país y a su economía, ralentizándola y dejándola en jaque.
El verano del 2020 le sacó presión al caldero social, pero con amenazas de recrudecimiento de la violencia a partir del mes de marzo.
La industria del salmón, como muchas otras, se vio muy impactada por estos eventos desde lo productivo, operacional, social y económico, haciendo revivir el temor de épocas difíciles sufridas con ocasión de la crisis del virus ISA en el 2007. Pero algo mucho peor estaba por llegar.
Lamentablemente, el virus SRAS-CoV-2 causante del COVID-19, originario en la lejana Wuhan, China, se hacía presente en Chile el 3 de marzo, fecha en la cual se identifica al “paciente cero”. Dieciocho días después, ya teníamos que lamentar la primera muerte que iniciaba una macabra escalada que hoy, luego de algo más de cuatro meses de pandemia en el país, alcanza cifras en torno a los 6.000 fallecidos.
Sin haberlo soñado, ni menos pedido, de un momento a otro estamos todos involucrados en un momento histórico a escala planetaria. Un período de tiempo indeterminado en el cual la fragilidad humana queda brutalmente expuesta, de manera democrática e indiscriminada, por acción de una de las formas más simples de partículas infecciosas que existen en el mundo. La paradoja de nuestro real nivel de poder entre todos los seres vivos con los que compartimos el planeta.
Es ahora cuando tenemos la gran oportunidad de refundar, en el plano regional y, entre todos, una industria del salmón más justa y solidaria, con eje central en el capital humano las personas que la componen. Sin embargo, el peso de la historia nos advierte que los efectos más inmediatos y brutales, en cualquier brote epidémico, es la exacerbación de la diferenciación social, el incremento de las líneas divisorias entre “nosotros” y “los otros” (entre sanos y enfermos, entre los que usan transporte público y sus propios autos, entre quienes están bien o tienen “patologías previas” o pertenecen a “grupos de riesgo”, entre los de aquí y los de “afuera”, etc). Todas estas diferencias son una fácil tentación para distinguir en el discurso social entre “inocentes” y “culpables”, tal cual se ha vivido desde la peste bubónica hasta el VIH/SIDA. Similar diferenciación social ha impedido un desarrollo integral, sano y armónico entre la industria del salmón y la gente a través de toda su historia.
Siendo la industria del salmón un pequeño espejo de Chile, de muchas maneras se reflejan en ella las virtudes y los vicios de nuestra sociedad, y tras un sincero “mea culpa”, se han hecho incansables esfuerzos, de la cúpula ejecutiva salmonera, para producir ese necesario acercamiento con la comunidad donde se desarrolla y con la comunidad que la desarrolla.
Es importante destacar y aplaudir todas las inversiones que la industria ha realizado, para mantener los puestos de trabajo y resguardar la salud de sus empleados, durante estos cuatro meses de pandemia. Gracias a ello es que ha podido seguir funcionando casi normalmente, sin el impacto que han sufrido otros motores de desarrollo del país, sin embargo, siempre hay espacio para seguir mejorando.
Por lo anterior, hoy más que nunca nos necesitamos todos, pues nadie sobra. No será posible superar esta pandemia aislados. Aprovechemos esta oportunidad para repensar seriamente cómo producir cambios sustanciales, al ofrecer un trabajo más justo y digno a nuestros empleados. Hagamos de esta nueva etapa una llamada a la solidaridad, al reconocimiento del uno en el otro y a la re-significación de la vida como claves de nuestra sobrevivencia como especie.
Dejemos la comodidad de nuestras oficinas y vayamos sin temor a conversar con nuestros empleados, a las plantas de proceso, pisciculturas y centros de engorda. Preguntémosles cómo les ha cambiado la vida con la pandemia, cuáles son sus miedos, qué esperan del futuro, cómo pueden ayudarles y ser útiles para cumplir sus anhelos y sueños. Se sorprenderán de lo fácil que es empatizar con el prójimo; se sorprenderán de lo simple que es dar esperanzas y de lo similares que somos todas las personas. También se sorprenderán cuando escuchen los ejemplos de solidaridad que tienen sus empleados, a pesar de todas sus carencias materiales, para apoyar a miembros de sus comunidades que son aún más desposeídos, a través de ollas comunes, bingos y rifas.
Hace bien conversar con la gente y darnos cuenta de que podemos entregar mucho, con muy poco esfuerzo. Esta pandemia nos regala mucho tiempo libre. La vida es frágil y los planes duran lo que nos demoramos en escribirlos. Sepamos aprovechar ese tiempo, pues la recompensa llega sola y se siente en nuestro pecho y en nuestro espíritu.
¡Hoy es el tiempo de preparar nuestra mejor cosecha!
Rodolfo Infante Espiñeira, MSc
MSc. Aquaculture (U. Stirling, Escocia)
Gerente Técnico
Happy Fish SpA