Gran parte del dióxido de carbono atmosférico es absorbido por las aguas marinas, pero esto contribuye a su acidificación y altera gravemente los ecosistemas (Agencia Sinc). Los océanos absorben gran...
Gran parte del dióxido de carbono atmosférico es absorbido por las aguas marinas, pero esto contribuye a su acidificación y altera gravemente los ecosistemas (Agencia Sinc).
Los océanos absorben gran cantidad de dióxido de carbono, contribuyendo a reducir el problema de las emisiones que están provocando el cambio climático. Sin embargo, esta absorción también aumenta la acidificación de las aguas marinas, lo que altera sus ecosistemas.
Investigadores de la Universidad de Salamanca participan en un proyecto europeo que trata de averiguar cómo está influyendo este proceso en unas diminutas algas unicelulares llamadas cocolitóforos, porque están en la base de la cadena alimenticia y desempeñan un papel importante en la regulación del propio CO2. En concreto, los científicos están investigando las zonas polares porque son más sensibles a la acidificación y pueden anticipar lo que ocurrirá en el resto del planeta.
Los expertos calculan que los océanos han absorbido más de la tercera parte del CO2 generado por la quema de combustibles fósiles y producción de cemento desde el inicio de la Revolución Industrial.
Sin embargo, “este servicio vital proporcionado por el océano tiene un importante coste para los ecosistemas marinos, ya que el aumento del dióxido de carbono disuelto en el océano provoca una disminución del pH y de la concentración de iones carbonato, un proceso conocido como acidificación oceánica”, explica Andrés Rigual, investigador de la Universidad de Salamanca que trabaja en el proyecto SONaR-CO2, financiado por el programa Horizonte 2020 de la Unión Europea.
Los primeros resultados de este trabajo, publicados en la revista Biogeosciences, han proporcionado información con una resolución sin precedentes sobre el estado y grado de calcificación de las poblaciones de cocolitofóridos en las aguas próximas a la Antártida. “Estas observaciones representan información de referencia de crítica importancia para poder evaluar la respuesta de las algas cocolitoforales a los rápidos cambios que el océano Antártico está sufriendo en sus propiedades físicas y químicas como consecuencia de la actividad industrial”, afirma el científico.
No obstante, “no podemos sacar conclusiones definitivas, hay que tener en cuenta que las relaciones son muy complejas. Es posible que la acidificación afecte negativamente a estas algas y beneficie a otros organismos, pero aún queda mucho por estudiar”, asegura.
El Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) reconoce la acidificación oceánica como una de las principales amenazas a la que se enfrentan los ecosistemas marinos actuales. Entre los organismos más vulnerables están los corales, moluscos y varios grupos de plancton marino, entre los que se encuentran los cocolitóforos, que forman parte del fitoplancton. El motivo es que un descenso en la disponibilidad de iones carbonato dificulta su capacidad de formar sus conchas o esqueletos carbonatados.
El doble efecto de las algas
En concreto, los cocolitóforos tienen unas conchas formadas por carbonato cálcico. Curiosamente, el proceso de formación de estos esqueletos tiene un doble efecto con respecto al CO2. Por una parte, lo convierte en materia orgánica, así que está contribuyendo a que quede fijado en los fondos oceánicos.
Por otra parte, la formación de esas conchas de carbonato cálcico implica la emisión de CO2 a la atmósfera. Es decir, que a la vez absorben y emiten dióxido de carbono. Por eso los científicos están muy interesados en saber cómo puede afectar la acidificación a estas diminutas algas.
Estudiar las aguas próximas a los polos es especialmente interesante porque son las primeras en sufrir este problema debido a la baja concentración natural de iones carbonato y a que tienen una mayor capacidad de absorción de CO2. “Algunos científicos han llegado a definir a las regiones polares como un indicador del futuro impacto de la acidificación oceánica global sobre los ecosistemas marinos de latitudes medias y bajas”, afirma Andrés Rigual.
Además, las algas cocolitoforales son especialmente abundantes en altas latitudes, como en el océano Antártico, donde sus proliferaciones masivas durante el verano austral pueden ser observadas desde el espacio. Estudios recientes basados en imágenes satelitales sugieren que la abundancia y distribución de cocolitofóridos en el océano Antártico han cambiado rápidamente en las últimas décadas. Sin embargo, su localización y la compleja logística necesaria para la observación directa de sus aguas dificultan en gran medida verificar cuál es su distribución actual.
Los investigadores de la Universidad de Salamanca están empleando muestras de programas de muestreo ya existentes, puestos en marcha a finales de los años 90 por equipos de investigación australianos y neozelandeses en el océano Antártico. Su misión es determinar la composición de los organismos y de las partículas en estas regiones marinas y estimar su papel en la absorción de CO2 atmosférico. Ahora, dentro del proyecto SONaR-CO2 también lo usan para documentar el estado y distribución de las poblaciones de cocolitofóridos y averiguar cómo están respondiendo a la acidificación.