Aunque el popular dicho sugiere que en esa zona de la región de Coquimbo no hay nada, la oceanógrafa española María Valladares lo contradice en forma tajante. No sólo se...
Aunque el popular dicho sugiere que en esa zona de la región de Coquimbo no hay nada, la oceanógrafa española María Valladares lo contradice en forma tajante. No sólo se admiró de encontrar en esa costa una naturaleza casi virgen, sino que está descubriendo e investigando procesos que se dan en muy pocos lugares del mundo, como es la surgencia costera.
Ese mar que “tranquilo te baña” es más bien un océano particularmente dinámico en nuestras costas, con procesos casi únicos, que se manifiestan -por ejemplo- en la llamada surgencia. Así lo destaca la oceanógrafa española, María Valladares, experta de AquaPacífico que lleva 7 años en Chile estudiando y a la vez maravillándose con el mar chileno, sus movimientos y su productividad.
Luego de haber estudiado Ciencias del Mar, especializarse en Geomorfología Costera y cursar un Magíster en Gestión de Áreas Litorales, llegó a Chile para trabajar en centros vinculados a la Universidad Católica del Norte (UCN), desempeñándose actualmente en AquaPacífico. Desde ahí comenzó a descubrir las particularidades de la costa del Norte Chico y a comparar con la realidad de la Península Ibérica. “En España, la población se ha ido hacia la costa, con todo lo que eso conlleva: contaminación, erosión, el aumento del nivel del mar y de las marejadas. Aquí me impresionó ver lugares casi vírgenes, con pequeñas caletas, donde sólo van los pescadores artesanales, los que continúan una forma de vida heredada de los changos”, cuenta María Valladares.
Especial interés reviste en sus investigaciones la zona entre Tongoy y Los Vilos, donde se produce un foco de surgencia, fenómeno que se da en contados lugares del mundo y que consiste en el ascenso de masas de agua profundas -que son ricas en nutrientes-, debido al movimiento de aguas superficiales mar adentro. Según la científica, esa es una de las razones de la productividad de la costa chilena y es relevante poder estudiar el efecto que tendrá el cambio climático, donde se espera una intensificación de la surgencia, aunque aún existe mucha incertidumbre de su efecto en la productividad.
Explica que otra de las peculiaridades del mar chileno, es que en el norte se producen “zonas de mínimo oxígeno (ZMO). Eso es muy interesante porque las proyecciones son que el océano va a perder oxígeno por el aumento de la temperatura, tal como una cerveza caliente que pierde el gas. A futuro, se van a expandir esas zonas de mínimo oxígeno, lo que va a afectar a los organismos y los va a desplazar de su distribución actual”.
De acuerdo a María Valladares, todos estos procesos y los cambios que experimentarán, “van a tener un efecto en la pesca y en la acuicultura en costa. Si se planea hacer un cultivo de peces a mar abierto, se va a requerir estudiar esa zona antes de definir una ubicación. Los ostiones de Tongoy, por ejemplo, están más adaptados a ese menor oxígeno, pero otros organismos no pueden lidiar con esos bajos niveles”.
“En Chile falta cultura marina”
Pero no sólo las dinámicas de la costa nacional sorprendieron a la oceanógrafa española: “Siendo un país con más de 5 mil km de costa, me llamó la atención el escaso conocimiento sobre el mar y sus productos entre los chilenos. En España hay mucha cultura marina, y acá pensé que sería parecido, pero no”. Por el lado de la ciencia, “vi que la oceanografía que se hace en Chile tiene muy buen nivel, pero son pocos, contadas instituciones y escasos fondos para la investigación. Es extraño porque tienen varias veces más costa que otros países que dedican mucho más presupuesto a las ciencias marinas, considerando además que el mar les provee un alto porcentaje del PIB chileno por concepto de pesquería y acuicultura”.
Pensado en subsanar algunas de las carencias de educación marina, María Valladares se unió a otros científicos y profesionales de la UCN que tenían la misma inquietud. En conjunto formaron la ONG Surgencia, cuyo objetivo es la divulgación y puesta en valor de la zona marina costera de la Región de Coquimbo. “Por ejemplo, hemos trabajado mucho en difundir que construir en la zona costera es condenar a la playa a la erosión y la desaparición, porque la playa y la duna tienen un equilibrio. La duna es como un almacén de arena durante el invierno, cuando hay marejadas. Si construyen sobre la duna, le quitas a la playa ese almacén de arena, y a mediano o largo plazo (y en algunos sitios, a corto plazo) esa playa va a desaparecer, como ya se está viendo en varias playas de la zona central”.
Playas como La Herradura estarían viviendo ese proceso irreversible de erosión. “Para crear conciencia, hemos estado poniendo en valor una pequeña zona de duna que hay ahí, aunque ese servicio ecosistémico que presta -al ser tan reducida en su extensión- ha disminuido tanto, que no va a poder mantener la playa en el largo plazo”, explica y comenta que uno de los logros en ese sitio fue el traslado de un evento de vehículos 4×4 (“La Tuercatón”) que durante varios años se realizó en ese sector de La Herradura. “No los abordamos desde la protesta, sino que nos acercamos a los organizadores y les explicamos, además de entregarles un informe que elaboramos indicando los servicios ecosistémicos que provee esa zona junto con las amenazas e impactos a las que está expuesta; ellos estuvieron muy abiertos a escuchar y la Municipalidad de Coquimbo ayudó en el proceso. Desconocían aspectos como la época en que nidifican las aves, que coincidía con la fecha del evento. Tampoco tenían noción sobre la flora nativa que hay ahí”.
Después de ese acercamiento, diferentes agrupaciones de 4×4 les han solicitado capacitaciones, “lo que a mi juicio demuestra que hay voluntad de mejorar y que, muchos de los daños que se hacen a la costa, es más por ignorancia que por mala intención”.
Monitoreando la costa
La primera misión de María Valladares en Chile consistió en instalar una estación de monitoreo en tiempo real en la Bahía de Tongoy, dedicada principalmente a proporcionar datos a la industria acuícola de la zona. “Cada hora está mandando datos. La industria lo encontró muy útil y lo primero que hacen en la mañana es mirar el reporte”, sostiene.
Actualmente, y ya como parte del Centro de Innovación Acuícola AquaPacífico, ha hecho estudios en la costa de Atacama con el apoyo de un glider, “que navega por el agua midiendo distintas variables, manda la señal al satélite y lo manejamos desde el computador. Hay 2 o 3 de esos equipos en Chile. Hay otro equipo para medir turbulencia, que también es casi único en el país. Tenemos instrumental con tecnología de punta en el laboratorio de UCN/AquaPacífico y que se usa en colaboración con otros centros, porque son muy complejos y caros de mantener”.
A pesar de estos avances en equipamiento, la oceanógrafa explica que “los monitoreos que hay son muy puntuales, porque dependen de proyectos; se acaba el proyecto y no se puede continuar la medición y ver tendencias”. Es enfática en la necesidad de un monitoreo de largo plazo para poder determinar “el estado basal de la costa y, con ese conocimiento, proyectar los efectos del cambio climático sobre la pesca y la acuicultura”.
Su esperanza es que, post pandemia, se retome a nivel de Gobierno el interés por las recomendaciones que hicieron los científicos en el marco de la COP25 (la “COP Azul”), donde se propuso la implementación de una red integrada de monitoreo en la costa chilena. La urgencia es prioridad, pero el cambio climático tampoco espera.