Variaciones en el volumen de materia orgánica transportada por ríos patagónicos hasta zonas estuarinas podrían generar cambios en la trama alimentaria, afectando a peces, mamíferos marinos, e incluso el hombre...
Variaciones en el volumen de materia orgánica transportada por ríos patagónicos hasta zonas estuarinas podrían generar cambios en la trama alimentaria, afectando a peces, mamíferos marinos, e incluso el hombre (Mundo Acuícola).
Tras años de observación en las cercanías de Caleta Tortel, región de Aysén, científicos del Centro de Investigación Oceanográfica Copas Sur-Austral detectaron un fenómeno recurrente en la desembocadura del río Baker: un notable aumento en la abundancia de langostinos juveniles de la especie Munida gregaria durante el verano.
Su trabajo buscaba identificar los principales procesos físicos y biológicos que moldean el ecosistema en una zona desconocida para la ciencia, además de entender mejor la conexión entre el ciclo de vida de este langostino y el aporte de agua dulce y nutrientes transportados por el río Baker.
Sin embargo, su investigación también los alertó sobre las inesperadas consecuencias ecológicas que podría tener la interrupción del flujo de materia orgánica hacia el fiordo en esta y otras cuencas patagónicas.
“Ya en nuestra primera publicación sobre este tema, que data de 2013, planteamos que la aparición de post-larvas y juveniles de Munida gregaria podía deberse a que éstas se alimentan de material orgánico descargado por el río Baker al estuario. De ser efectiva esta conexión, estaríamos frente a una nueva razón para reconsiderar el embalsamiento de este u otros ríos patagónicos”, sostiene el Dr. Fabián Tapia, Ph.D. en Oceanografía Biológica (MIT, USA), subdirector de Copas Sur-Austral e investigador a cargo de este proyecto.
El eventual embalsamiento del Baker u otros ríos Patagónicos podría generar consecuencias negativas para el ecosistema, dado que los embalses actúan como piscinas de decantación. Así, aunque no haya un gran cambio en el volumen total de agua dulce descargada hacia el fiordo durante un año, la carga de partículas orgánicas suspendidas en esa agua ciertamente disminuiría.
Ello podría afectar la alimentación, sobrevivencia y futura abundancia del langostino Munida gregaria en la región, así como a sus principales depredadores, entre los que se cuentan mamíferos marinos y peces de interés para la pesca comercial.
Al respecto, Fabián Tapia agrega que “el langostino Munida gregaria actúa como un conductor de materia orgánica (y energía) entre el fango terrestre y la trama alimentaria marina, generando una conexión directa entre el material orgánico acumulado en el fondo y especies en niveles alimentarios superiores. Haciendo una analogía con un ecosistema terrestre, esto es como si un carnívoro mediano o grande (por ejemplo, un zorro o un puma) se alimentara principalmente de lombrices (en este caso el langostino)”.
Estudios desarrollados tanto por Copas Sur-Austral como por otras instituciones nacionales confirman que Munida gregaria es parte de la dieta de otras especies de la región.
No obstante, aún está pendiente estimar cuántas toneladas de este langostino son consumidas cada año por sus diversos depredadores y, por lo tanto, cuántas toneladas de carbono terrestre son canalizadas hacia las tramas alimentarias marinas y eventualmente a las pesquerías que operan en Aysén.
Esto permitiría establecer un vínculo más concreto entre cómo los cambios de caudal de este y otros ríos patagónicos, asociados con las tendencias climáticas y la acción del hombre, podrían influir en la abundancia de Munida gregaria y sus depredadores, afectando con ello la dinámica de estos ecosistemas marinos y eventualmente a la población humana.