Reproducimos la columna de opinión de Rodolfo Infante Espiñeira, Gerente Técnico de Happy Fish SpA y columnista de Mundo Acuícola.
El impacto de los residuos farmacéuticos va mucho más allá del enorme volumen de antibióticos utilizados año tras año en nuestra industria salmonera, principalmente en el ciclo de engorda en mar, lo cual nos ubica en el primer lugar del ranking global de los países productores de salmónidos. En general, los productos farmacéuticos se vierten constantemente al medio ambiente, a través de los procesos de la fabricación, consumo, excreción y eliminación inadecuada de aquellos no utilizados o vencidos.
Es en estas condiciones cuando aumentan los temores por aquel porcentaje desconocido de alimento medicado y fecas que pudo terminar en el lecho marino o comido por peces nativos, proyectando el riesgo de resistencia a los antimicrobianos más allá de los salmónidos en cultivo, pudiendo dar como resultado la selección de bacterias resistentes a los antibióticos y/o genes de resistencia a ellos.
Por lo tanto, el riesgo de transmitirse a otras especies marinas y a los humanos seguirá siempre latente. Resulta preocupante conocer datos que sugieren que entre el 30 al 90% del total de las dosis orales administradas a humanos y animales, son excretadas, como los componentes farmacéuticos activos, a través de la orina y fecas. Sumado a lo anterior, el 88% de los productos farmacéuticos humanos no cuentan con datos integrales de toxicidad medioambiental. Aún, cuando están estrictamente regulados respecto a su eficacia y seguridad del paciente, los efectos negativos que pueden tener en el medio natural no han sido suficientemente estudiados y no están cubiertos por convenio internacional alguno.
Pero obviamente, la industria del salmón es solamente una fracción del sinnúmero de otras fuentes de residuos farmacéuticos que finalmente terminan, por vertimiento directo o a través de escurrimientos por las lluvias, filtraciones u otros, en cursos de agua dulce que, igualmente, llegarán al mar. Estos contaminantes son un problema en aumento ya que tienen un impacto duradero sobre el medio ambiente y se acumulan a lo largo de las diversas cadenas tróficas, pues su continuo aporte supera con creces el tiempo requerido para su degradación. Actualmente, existen alrededor de 2.000 ingredientes farmacéuticos activos que se están administrando en el mundo a través de medicamentos recetados, sin recetas y veterinarios (Burns et al., 2018), contaminando ecosistemas terrestres, de agua dulce y marinos. Estos compuestos químicos tienen, adicionalmente, la complejidad de haber sido diseñados con características de mucha estabilidad para llegar e interactuar con las moléculas objetivo, lo cual los lleva a tener una degradación lenta, quedando expuestos por mucho tiempo al contacto accidental con organismos silvestres que pueden adquirir efectos insospechadamente adversos y hasta la muerte.
Algunos de estos efectos ya nos dejan sin aliento: La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) ha advertido de la “feminización” de peces y anfibios de sexo masculino por los rastros de anticonceptivos humanos orales en los sistemas de agua dulce de todo el mundo. Los contaminantes se acumulan en los peces y anfibios machos y alteran su sistema hormonal -los llamados disruptores endocrinos. Se han hallado estos disruptores en la sangre, el hígado y el tejido muscular de los peces, provocando que los machos presenten características femeninas inesperadas.
También alertaron sobre residuos de medicamentos psiquiátricos, como la fluoxetina, que han alterado profundamente el comportamiento en peces, haciéndolos renuentes al riesgo y con ello más vulnerables a los depredadores. Sumado a estos descalabros ecológicos, el impacto de la resistencia antimicrobiana (AMR en su acrónimo en inglés), mencionada previamente, y que hoy es una crisis instalada de salud global, nos sintetiza la gravedad del uso indiscriminado y el mal manejo de los productos farmacéuticos, la mayoría de las veces, por desconocimiento e ignorancia. Lo más lamentable en referencia a ello, es que más del 50% de los antibióticos prescritos en los sectores de la agricultura y la acuicultura se consideran innecesarios, donde se administran, principalmente, como promotores del crecimiento y como sustitutos de una buena higiene o manejo.
La OCDE también nos advierte que altísimas concentraciones de productos farmacéuticos, en el orden de milígramos por litro, se han encontrado en efluentes industriales y cursos de aguas de países como China, India, Israel, Korea y los EEUU (Larsson, 2014).En este último país, se estima que alrededor de 1,3 billones de prescripciones farmacéuticas anuales terminan en la basura(ProductStewardship Council, 2018).En Alemania, otro país del primer mundo, el uso farmacéutico se prevé que aumente entre un 43 % y un 67 %, para el año 2045 (Civity, 2017). Si a todo ello, además, le sumamos que el aumento mundial proyectado de antibióticos administrados al ganado, en los alimentos, será de un 67 % para el 2030, esto oscurece aún más el negro panorama actual.
La gran mayoría de las plantas de tratamiento de aguas convencionales, a nivel mundial, no están diseñadas para eliminar, ni lo hacen por completo, los productos farmacéuticos de las aguas residuales industriales, lo que no ayuda a mitigar el impacto de dichos productos en el ambiente.
¿Será que hemos generado un espiral de autodestrucción, donde las pocas soluciones al problema podrían superar los costos del beneficio de su uso, haciéndolas inviables como alternativas de reparación? ¿Habremos llegado al punto sin retorno?
No sería la primera vez que los beneficios económicos de unos pocos se impongan sobre el bienestar del ecosistema de todos. Sabemos que los productos farmacéuticos son esenciales para la salud humana y la producción animal, pero es una obligación moral y ética de los líderes que manejan su elaboración y uso, la administración eficiente y segura de ellos.
Tenemos otra gran preocupación de la que todos debemos hacernos cargo …
Gerente Técnico
Happy Fish SpA
rodolfo.happyfish@gmail.com
Nota: Especial agradecimiento a la Dra. Fiona Child-Kings por la entrega de información que originó esta columna.