Reproducimos la columna de opinión de Rodolfo Infante Espiñeira, respecto a la percepción pública de la salmonicultura.
Actualmente, más del 50% de los productos del mar producidos a nivel mundial para el consumo humano provienen de la industria de la acuicultura, y este porcentaje está aumentando año tras año, tanto en diversidad de especies como en volumen de producción. Los partidarios de la acuicultura señalan muchos beneficios potenciales de esta tecnología productiva, entre ellos, la reducción de la presión sobre la pesca silvestre, la posibilitación de una producción más eficiente y la creación de puestos de trabajo en los lugares donde ésta se desarrolla, normalmente sectores rurales de escasa atención e inversión gubernamental. Sin embargo, desde los primeros años de actividad, la salmonicultura en particular, ha carecido de un apoyo generalizado e incluso ha ido creando percepciones de riesgo amplificadas en muchas comunidades. Esta tendencia, que creíamos propia de nuestra idiosincrasia chilensis, ha sido común en varios de los principales países productores de salmón cultivado del mundo, como lo son Noruega, Escocia, Canadá, Islandia y Tasmania. Si bien a nivel mundial existen brechas entre la industria del salmón y la comunidad donde ésta se desarrolla, en Chile se presentan como un abismo históricamente insalvable, donde dicho divorcio se proyecta con pronóstico casi irreconciliable.
En todos ellos, salvo en nuestro país, han existido fracturas entre dichos grupos de interés, pero a la postre han podido superarlas, incorporando a la comunidad como el principal aliado estratégico para asegurar la continuidad y crecimiento armónico de la industria.
¿Qué tenemos de diferente en Chile donde luego de más de cuatro décadas de industria salmonera los conflictos con la comunidad parecen ir en aumento?
Las respuestas pueden ser diversas, pero la realidad y los hechos dicen que no hemos sido capaces de crear la alianza deseada. Las escasas y ralentizadas propuestas de los industriales contrastan con la vorágine de una comunidad viva y cada vez más empoderada, cuyas exigencias mutan a una velocidad viral … la velocidad de esta era cibernética-digital. El germen del resentimiento contra la industria finalmente eclosionó y se desarrolló producto de una prolongada soberbia e inacción de los salmoneros chilenos, responsables de haber frenado la legitimación social de la actividad.
En contraposición a nuestra miope realidad y como respuesta a un vínculo de sincera empatía entre la industria del salmón y la comunidad de Escocia e Inglaterra, recientemente se realizó en estos países una encuesta pública para evaluar, a ojos de la percepción comunitaria, la mejor opción de tratamiento contra el piojo de mar (sealice), estudio que tendría implicaciones para la regulación de la industria, generando retroalimentación para los responsables de elaborar las políticas relacionadas. Este nivel de cooperación y apoyo mutuo es impensable para nuestra realidad por el nivel cultural y de desconfianzas existentes en la actualidad en Chile. Totalmente imposible. Ese apoyo comunitario a la industria no puede darse por sentado por el solo hecho de un vínculo de vecindad entre los centros de producción y la gente. El público tiene diversas expectativas sobre la industria y las actitudes hacia ella están condicionadas por las experiencias con la producción industrial, por cómo se distribuyen los beneficios, por las ocultas desventajas de la producción acuícola en la sociedad y por el tipo y grado de información disponible sobre los problemas de la salmonicultura.
Una interesante encuesta liderada por la Dra. Marit Schei Olsen fue desarrollada por un equipo de científicos noruegos, islandeses y tasmanos, cuyos resultados han sido recientemente publicados este año 2024. En ella, la investigadora del NTNU, Investigación Social de Trondheim, Noruega y sus colaboradores presentan datos recopilados mediante encuestas en línea realizadas en Noruega, Tasmania (Australia) e Islandia, con el objetivo de explorar las percepciones públicas de la industria del salmón en cada país. La encuesta abarcó varios aspectos de las actitudes y percepciones hacia la industria del salmón mediante preguntas sobre las preocupaciones ambientales, confianza en la gobernanza y la gestión, y conocimiento de la industria salmonera en sus respectivos países. Además, se exploraron las actitudes hacia la industria utilizando preguntas relacionadas con las preferencias respecto de las fuentes de información, las percepciones de las contribuciones de la industria, la distribución de los beneficios económicos, la importancia financiera en la comunidad local, la sostenibilidad y la aceptación y tolerancia de la producción industrial. Los datos que genera este estudio constituyen un recurso valioso para investigadores, representantes de la industria, autoridades públicas y otras partes interesadas en la acuicultura del salmón. Permiten realizar análisis comparativos e investigaciones adicionales sobre las percepciones públicas en Noruega, Tasmania e Islandia. Al emplear un conjunto uniforme de preguntas en los tres países y realizar encuestas simultáneamente, los datos ofrecen información sobre la opinión pública y el discurso, destacando las variaciones contextuales. También facilitan la identificación de tendencias y patrones que podrían pasarse por alto al estudiar un único contexto cultural. En consecuencia, conducen a hallazgos más generalizados y sólidos, lo que permite una perspectiva más amplia y global.
Algunos de los resultados de los 2.085 encuestados a lo largo y ancho de los tres países mencionados, señalan que en Noruega existe el mayor nivel de confianza en el sistema de gobernanza estatal de la salmonicultura, con más de un 75% y en Islandia la menor con casi 10 puntos menos. Aproximadamente el 68% de los noruegos declaran tener conocimiento de la industria del salmón de su país, seguidos por los tasmanos con un 54% y los islandeses con un 37%. Además, el 68% de los tasmanos e islandeses encuestados creen que el salmón producido en sus países se hace de manera sustentable al considerar aspectos sociales, económicos y ambientales, coincidiendo con el 61% de los noruegos.
Al consultárseles sobre la impresión general de la industria salmonera en sus respectivos países, el 76% de los noruegos manifestó ser positiva, similarmente al 72% de los tasmanos y el 68% de los islandeses.
Los resultados son inapelables : Existe una fuerte vinculación cultural de estos países con el mar y sus productos, al ser dos de ellos islas y el tercero estrecha e históricamente ligado a la pesca y la navegación, que podría determinar esa identificación y vinculación con su industria del salmón. Pero Chile tiene más de 6.400 Km de costa y contradictoriamente consumimos algo más de un kilo de productos pesqueros mensualmente por persona … hay algo más que nos diferencia.
¿Cómo serían las hipotéticas respuestas a igual encuesta hecha en Chile respecto de nuestra industria del salmón? El nivel de confianza con el sistema de gobernanza estatal casi no puntuaría a juzgar por el incremento galopante de la corrupción multisectorial en que estamos sumidos en la actualidad. Por otro lado, el conocimiento de la industria salmonera se diluye gradual y sostenidamente de sur a norte del país, aun cuando el impacto mediático de noticias y reportajes que van en contra de la actividad llegan con fuerza y se instalan en todos los rincones de Chile. Si después de ello se nos ocurre consultar sobre la impresión general que tenemos de la salmonicultura nacional, la respuesta sería obvia y contundente. Es parte de nuestro “chilean way”, de nuestra particular cultura chilensis, como ya se mencionó previamente.
Nos acercamos al medio siglo de historia de la salmonicultura comercial en Chile y aún tenemos las mismas deudas con la comunidad de aquellos ya lejanos inicios, lo cual ha mantenido en extensa (muy extensa) reflexión a los empresarios del área. Sin dudas que las soluciones tendrán que surgir desde múltiples aprontes, con una importante inversión económica y de capital humano, con mayor convicción y generosidad, sumados a la capacidad de escuchar y atender las demandas comunitarias, tal cual lo han hecho países que ya han superado conflictos similares. Si el país ha cambiado, las soluciones a los conflictos también deberán hacerlo.
*Por Rodolfo Infante Espiñeira, MSc Aquaculture (U. Stirling, Scotland)
rodolfo.happyfish@gmail.com