Columna de opinión: Adolfo Alvial Muñoz, Director ejecutivo, ORBE XXI y Club Innovación Acuícola
Si bien la acuicultura en Chile comenzó ligada a la pesca recreacional y fines ornamentales a fines del siglo XIX, un primer impulso vino luego de la destrucción de bancos naturales y áreas de cultivo de mitílidos y algas en el sur de Chile derivada del terremoto y maremoto de 1960, especialmente Chiloé, que requerían de una rápida acción de repoblamiento, dada la importancia esencialmente social de esta actividad. A su vez, este esfuerzo incrementó el interés de universidades e instituciones de fomento que advirtieron también una posible expansión hacia la acuicultura de mayor escala sostenida por la demanda en diversos mercados, iniciándose programas e investigaciones esencialmente en las en las regiones de Los Lagos, Coquimbo y Antofagasta. Las estrellas iniciales, fueron la trucha, el salmón del Pacífico, el chorito, el pelillo, el ostión y la ostra japonesa. De todas ellas, se disparó fuertemente el salmón, iniciándose de este modo, uno de los encadenamientos productivos y un ecosistema proveedores y de innovación asociados, que llegarían a posicionar a Chile entre los líderes mundiales del sector.
Durante las 3 primeras décadas, la exportación de productos dominó ampliamente conquistando más de un centenar de mercados en el mundo entero, sin embargo, silenciosamente comenzó la exportación de bienes y servicios por parte de proveedores que habían alcanzado una capacidad adaptable a la misma industria en el extranjero y a cultivos emergentes en otros países. Pronto, se hizo evidente que un conjunto de empresas e instituciones de base científica, tecnológica y de formación de capital humano, podían potenciarse y aportar más allá de nuestras fronteras a la acuicultura sostenible del mañana, dando lugar al Club Innovación Acuícola, que congrega, bajo el lema “juntos forjando futuro”, a más de una veintena de empresas e instituciones, que juntas, sistemáticamente analizan los desafíos de la industria y su entorno, colaboran para generar nuevas respuestas, establecen redes y alianzas y se proyectan conjuntamente a otros mercados. Paralelamente, las universidades chilenas con especialidad en investigación y formación de capital humano avanzado han recibido progresivamente más y más estudiantes de otros países que vienen a Chile a formarse en investigación y tecnología. En consecuencia, Chile es hoy un exportador también de bienes, servicios y capital humano, que han surgido de la experiencia inédita de la gestación de una gran industria en sólo 40 años y que seguirá creciendo.
Por otra parte, el chorito se ha consolidado en el mercado nacional y extranjero, seguido más atrás de otras especies como las algas, el ostión, el abalón y la emergente seriola que apuntan a diversificar la oferta de la acuicultura, permitiendo además que se integren con mayor fuerza otras regiones a la acuicultura del país. Pero además, en los últimos años con acierto, se ha impulsado la acuicultura de pequeña escala que no sólo es una oportunidad para la pesca artesanal, sino también un esfuerzo inclusivo de alto impacto social y en la seguridad alimentaria.
En consecuencia, la diversificación en la exportación de productos y servicios, el avance en la diversificación de especies acuícolas, la integración de más territorios y sectores sociales al sector, conforman una clara demostración de que la acuicultura chilena es hoy más que salmón, permitiendo al sector proyectarse con más capacidades y estabilidad hacia el futuro.