Investigador ha dedicado su vida a estudiar diferentes patógenos y cómo reducir el uso de antimicrobianos utilizados para controlarlos.
En la siguiente publicación, compartimos la entrevista realizada por la periodista Eliette Angel al destacado docente de la Facultad de Ciencias de la Vida de la Universidad Andrés Bello e investigador principal del Centro de Investigación Interdisciplinario para la Acuicultura Sustentable (INCAR), publicada en el portal de la Vicerrectoría de Investigación y Doctorado de la UNAB.
Por Eliette Angel:
Las gélidas aguas del sur de Chile parecen ser el lugar ideal para el cultivo del salmón, pero también para persistentes bacterias. El doctor Avendaño, docente e investigador de la Facultad de Ciencias de la Vida de la UNAB, ha dedicado su vida a estudiar estos patógenos y cómo reducir el uso de antimicrobianos utilizados para controlarlos y a conectar ese conocimiento con la industria y con los tomadores de decisión.
“Algún día se van a enfermar los peces del sur de Chile”, pensaba el doctor Ruben Avendaño, hoy docente e investigador de la Facultad de Ciencias de la Vida de la sede Viña del Mar de la UNAB, tras finalizar sus estudios de ingeniería en acuicultura en la Universidad de Antofagasta. Corría 1997 y la industria del salmón en Chile producía 250 mil toneladas anualmente. Hoy esa cifra se cuadriplicó, convirtiendo a Chile en el segundo exportador de salmónidos (tras Noruega), una industria que mueve US$4.300 millones -la más importante después de nuestro cobre- y da empleo a más de 70 mil personas.
Tras conseguir una beca del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el investigador partió para la Universidad de Santiago de Compostela (España). Cursó su doctorado en biología con las doctoras Alicia Estévez Toranzo y Beatriz Magariños, microbiólogas especialistas en enfermedades causadas por bacterias en peces de consumo cotidiano. La experiencia partió con el pie izquierdo.
En vez de comenzar con su trabajo de postgrado, Avendaño fue enviado al laboratorio de servicios diagnósticos, a hacer las pruebas que enviaban desde distintas empresas e instituciones. “Yo no hablaba gallego, la pasé mal al inicio, aunque en ese periodo aprendí la mecánica y rapidez del servicio, tenía acceso a todo”, recuerda el también investigador principal del Centro de Investigación Interdisciplinario para la Acuicultura Sustentable, INCAR (un centro FONDAP).
En paralelo, casi a escondidas, empezó a hacer al análisis de una bacteria que atacaba a las especies de peces más consumidas en el Mediterráneo: rodaballo, lenguado, dorada y lubina. Así fue como llegó a la Tenacibaculum maritimum, que origina la Tenacibaculosis, enfermedad que causa úlceras y necrosis, deshilacha las aletas y daña las mandíbulas de los peces afectados.
Cuando le mostró sus resultados a la doctora Estévez Toranzo, hubo un quiebre. “Se dio cuenta de que podía hacer muchas cosas. Fueron tres años muy intensos (entre 2002 y 2005): saqué casi 14 publicaciones, cuando lo normal en el doctorado son dos o tres”, recuerda el investigador. Hoy, con más de 150 papers, prefiere no ser llamado como “doctor Avendaño”. “Soy Ruben no más, aunque sin acento”, comenta este orgulloso mejillonino.
Evidencia científica
En Chile, el mayor problema para los salmonicultores en cuanto a bacterias patógenas es la Piscirickettsia salmonis, que origina la piscirickettsiosis o mal llamada septicemia rickettsial salmonídea (SRS), que causa lesiones en diversos órganos y que estaría presente desde antes que la salmonicultura fuera la segunda industria del país. Pero con el paso del tiempo fue tomando fuerza, siendo reconocida por el Servicio Nacional de Pesca y Acuicultura (Sernapesca) como la principal causa de muerte de salmones, teniendo una prevalencia de un 58,1%. Dada su expertise, Avendaño forma parte del Comité de Especialistas de P. salmonis de Sernapesca desde 2011.
Un detalle importante a recordar: los salmones en el hemisferio norte viven los primeros meses de su vida en agua dulce (ríos) y luego bajan al mar para continuar su crecimiento. Este ciclo natural es replicado industrialmente por la acuicultura: estanques con agua dulce y jaulas en el mar. En vida silvestre, estos peces luego nadarían contracorriente hasta el agua dulce para procrear: los salmones del Pacífico (Oncorhynchus kisutch) o Coho, morirán ahí. Mientras que los del Atlántico o Salar (Salmo salar) -el 75% de la producción nacional-, retornarían al océano. En menor proporción, Chile también produce trucha arcoiris (8% del total).
La piscirickettsiosis causa millonarias pérdidas y es principalmente tratada con un antibiótico llamado florfenicol, el antimicrobiano más utilizado en la salmonicultura nacional. Esta industria empleó 380 toneladas de antimicrobianos en 2020 para producir un millón de toneladas de salmones. La mayoría de los antimicrobianos son empleados cuando los salmones están en la etapa del mar (96%). El Índice de Consumo de Antimicrobianos (ICA) del año pasado -y que se refiere a la relación entre la cantidad de antibióticos y la cosecha de salmónidos del año- fue de un 0,035%.
Estamos bastante mejor que las 557 toneladas de antimicrobianos que se emplearon en 2015 para cosechar 883 mil toneladas de salmónidos. Pero estamos ligeramente superior a 2019, cuyo ICA fue de 0,034%. Una de las principales banderas de lucha de Avendaño es, justamente, la reducción del uso de antimicrobianos. “No podemos seguir comparándonos con 2015, tenemos que compararnos con el año anterior, y si es así, no estamos usando menos antimicrobianos”, opina.
A diferencia de nosotros, Noruega ha disminuido consistentemente el uso de antimicrobianos: un 99% desde que comenzaron esta política hace dos décadas. En 2019 utilizaron 222 kilos para producir 1,3 millones de toneladas de salmones. Y si bien tras ese éxito hay un montón de ciencia y, por lo mismo, Avendaño colabora con investigadores de ese país, también nuestra realidad es diferente: “Siempre nos comparan con los noruegos, pero nuestros patógenos son completamente distintos, como el mismo agente causante de la piscirickettsiosis”, puntualiza.
El especialista también se refiere a la gente que dice que no come salmón porque usan antimicrobianos en su producción. “Todo salmón que venga de la industria, se chequea que su carne no tenga sobre los límites mínimos residuales de antimicrobianos como exige la normativa chilena e internacional y sobre ese punto, no va al mercado; por lo tanto es seguro. El problema que se suscita es con el salmón sin trazabilidad: escapado, robado o incluso proveniente de mortalidades. Es como cuando compras cerdo empaquetado, es raro que tenga triquinosis o lombriz solitaria. Pero, si vas al campo, el cerdo muerto no tiene análisis y podrías estar consumiendo la pierna de jamón con triquinosis. No hay trazabilidad”, explica.
Conectándose con los tomadores de decisiones
Una parte importante del trabajo del investigador es generar evidencia científica vinculada con la industria acuícola. “Desarrollamos mucha investigación para que las empresas biotecnológicas y farmacéuticas puedan producir soluciones, por ejemplo, vacunas. Por eso colaboramos con una serie de empresas, resguardando siempre la excelencia científica e independencia”, explica. También estudia cuán proclives son los salmónidos nacionales a desarollar determinadas enfermedades, lo que se denomina susceptibildad, y propone protocolos para poder testearla y diagnosticar su presencia.
En junio pasado, y a raíz del proceso de creación de la ley contra la resistencia a los antimicrobianos, la Comisión del Salud del Senado invitó a Avendaño como especialista en el tema. La norma, aún en discusión, pretende regular el uso de antimicrobianos en personas y animales, considerando que su sobreingesta puede provocar que las bacterias se hagan resistentes a los medicamentos.
Otra línea de investigación de Avendaño es la estandarización del uso de antimicrobianos. “Validamos los protocolos sobre cómo hay que hacer el test de susceptibilidad, cuáles son las condiciones y proponemos cuáles son los valores que permiten señalar que una bacteria es susceptible o está disminuyendo esta propiedad”, comenta. Por esta línea de investigación, fue elegido miembro evaluador de normativas del Instituto de Estándares Clínicos y de Laboratorio, una organización sin fines de lucro que desarrolla estándares y que es reconocida a nivel mundial.
Este año también fue elegido integrante del Comité Científico Técnico Nacional Sanitario de la Subsecretaría de Pesca (Subpesca). Esta instancia propone la línea de los proyectos de investigación que debiera financiar este organismo público. “Soy un convencido de que las cosas se pueden mejorar. Entonces creo que los cambios hay que hacerlos de adentro y no desde afuera criticando. Desde ese punto de vista, pienso que puedo aportar y estar en el lugar donde se toman las decisiones”, opina Avendaño, quien ha dirigido o co-supervisado las tesis de 11 estudiantes de pregrado, 22 de magíster, ocho doctores y tres postdocs.
Las vueltas de la vida
Y si ya la situación por piscirickettsiosis es compleja, Avendaño se volvió a encontrar con una vieja conocida: Tenacibaculum, el mismo género de bacterias que trabajó durante su doctorado en España. En 2016 publicó un artículo que llegaba a la conclusión que las colas con podredumbres, aletas deshilachadas y las branquias dañadas de salmones del Atlántico y truchas arcoíris que habían sido reportadas como piscirickettsiosis en años anteriores, no eran tales. Por primera vez en nuestro país era aislada, identificada y caracterizada la presencia de T. dicentrarchi.
“Si hacemos el símil con el Covid-19, llega esta enfermedad y es reportada inicialmente como resfrío común. Vas a darte cuenta que durante algunos años hubo mucho resfrío y no es que no estuviera el Covid-19, sino que los diagnósticos no hacían ver que estuviera presente”, explica Avendaño.
En los años posteriores publicaron más y más evidencia, descubriendo diversas especies de Tenacibaculum en nuestro país: T. finnmarkense, T. piscium y la mismísima T. maritimum que investigó en España. “Nosotros hemos reportado y descrito gran parte de las enfermedades de salmones causadas por bacteria y sus modificaciones”, resume Avendaño.
Luego añade: “Ahora que estamos en 2021, esta bacteria produce al menos el 40% de la mortalidad, y la otra parte es P. salmonis”. Ya en 2018, Sernapesca reconoció legalmente la enfermedad en el país, el propio Avendaño escribió su ficha técnica, capacitó a sus funcionarios y se sumó al comité técnico de tenacibaculosis, otro de sus múltiples trabajos ad honorem. “Uno tiene que hacer las cosas por una cuestión país y no por financiamiento, porque al final no tienes conflictos de interés, no te amarras con nadie. Y eso también permite hablar con independencia, decir lo que se debería hacer de manera fuerte y clara. Además, soy un convencido de que es la vuelta de mano al país, después de haber financiado mis estudios de doctorado”, comenta.
Y, de repente, añade una frase que pareciera ser el resumen de su carrera como investigador: “Al final, cumples con generar conocimiento, ser experto en el tema y ayudar a la generación de políticas públicas”.